Parcelas y panoramas
Siguen liados que no saben que hacer pa sacar esto adelante. Es una pena ver al barquito sortear como puede las cuqueras y las mejanas del río por el canalillo que le han hecho, y verlo pasar bajo el puente de piedra, a duras penas, contra la corriente, que casi no puede… Cualquier día lo tendrán que remontar con una sirga, como a la barca del tío Toni.
A todo esto no se sabe cuánto va a costar el nuevo dragado ni cuánto ha costado por fin lo que han hecho hasta ahora. Y luego está la guinda: quieren construir una especie de centro náutico junto al azud. Les ha debido parecer que quedaban demasiado anchas y espaciosas las riberas allí para que paseara el pueblo, y se han dicho: vamos a poner un negociete aquí pa que se sepa que todo esto es nuestro esto. Va ser un club privado como para 200 socios, con gimnasio, restaurante, piscina y una pista de pádel. Vaya chorrada, ¿no? Se supone que el restaurante abrirá al público, al precio que pongan el menú, con unas preciosas vistas al pantano.
Los vecinos de la ribera ya han protestado y dicen que incumple todas las normativas, que se ha tramitado a oscuras, que puede llegar a tener 17 metros de altura, y que vaya gracia haber recuperado las riberas para luego poner un club para señoritos en medio. No será el único: aguas arriba estará el Náutico, un antiguo club de falangistas y nuevos ricos zaragozanos que, en los años setenta, llegaron a hacer carreras de lanchas motoras al pie del puente Piedra, sin que hiciera falta azud ninguno. En fin, ya veremos cómo acaba todo esto…, como dice la madre del Goyo.
Subiendo a la nube
Pero nos habíamos quedado en la torre, que teníamos que subir a la fuerza, con un calor del demonio, y el Quique que empieza a ponerse verde y nos tememos vaya a echar la pota. Y a ver dónde lo hace: en la rampa estrechita llena de gente, o por la baranda, al vacío y sobre la gota de aceite gigante que cuelga. Así que lo cogemos del hombro y, venga, que arriba nos refrescaremos.
Subiendo Carmen decía que todo aquello, esas alturas, tanto acero y cristal, no tenía otra función que la de admirarnos, dejarnos con la boca abierta, como las catedrales medievales. Ahora esta torre la patrocina una caja de ahorros, o sea banqueros de la tierra, los amos de siempre, los que te cobran los diezmos y primicias. En las catedrales te reunían para rezar, aquí te reúnen para mirar sus posesiones.
Pues debía tener razón Carmen porque las vistas que íbamos contemplando tenían también su tela. Como la pared es diáfana ves el paisaje recortado entre los hierros de la estructura de la torre, siempre entre triángulos, como en puzle, bien recortado y parcelado; como si los viera una mosca con sus ocelos, miles, -dijo Goyo. Y ahí todo el rato igual, vas subiendo y girando, y no consigues ver el panorama por más que quieras aunque vayas girando. Pero dices: tira pa arriba a ver el mirador, a ver si nos da el aire y se puede mear y echar un cigarrito a gusto.
Conque subes y subes, llegas al fin a la última planta y entras a un pasillo medio a oscuras que te sube a lo que es el final del todo. Y es un barcito acristalado como todo el resto de la torre, pero con el techo encima y con más calor. Te pones a dar vueltas como un mono, buscando una salida, o un lugar donde contemplar el panorama, es decir, una línea amplia del horizonte, pero no hay manera, todo son hierros.
Naturalmente la gente se pregunta: de aquí por dónde se sale a la azotea, a la terraza, el balcón, al mirador, lo que sea. Pues no se sale maño. Sólo deben salir los que ponen los fuegos, los cohetes de por las noches.
Menos mal que el Quique no echó la pota al final. Empezamos a pedir vasos de agua en el barcito –que, por cierto, es como de estación de autobús- y nos querían cobrar 1,20 por el botellín de agua. Les pusimos la cara del Quique delante para que vieran que el peligro: que si devolvía ahora por el camino la pota se iba a ir cuesta abajo, y vaya guarrada. Y ellos que llamaban a los seguratas para que lo bajaran por el ascensor de minusválidos y vips. Salimos pitando.
La bajada fue de órdago, muertos de risa, mirando la gota de agua que parece de aceitorro de coche. Y la Pili decía que aquello estaría chulo de noche, con cirios y velas, y los cucuruchos de semana santa tocando el tambor, subiendo por las rampas, y una música terrorifica. Goyo que con una mosca gigante zumbando. Pero Carmen no se reía y decía que antes los curas te consolaban y prometían el cielo después de la muerte, y estos te dicen que lo puedes tener aquí si confías en ellos, si te hipotecas, si lo miras con ojos de mosca.