La actual coyuntura electoral ha provocado que, tras las elecciones del 20D, se oiga demasiado a menudo hablar de «desgobierno». Este punto de vista es problemático, ya que alude a la creencia de que lo que actualmente nos gobierna de manera directa es el parlamento, cuando en realidad es el capital quien regula nuestras vidas MEDIANTE el sistema parlamentario. En estos meses no ha habido cambios sustanciales en la vida de la gente, que sigue sometida a la patronal (y los fallidos sistemas públicos en proceso de desmantelamiento) a la hora de conseguir dinero con el que acceder al consumo en el mercado, así como al estado y sus leyes, con la represión que esto conlleva.
El sistema político parlamentario no es más que un teatro de marionetas en base al que se construyen los marcos legales que mantienen la sociedad dividida en clases mediante la explotación laboral. Por tanto, no se puede hablar de “desgobierno” ya que Estado y capital quedan intactos en su funcionamiento. Bruselas ya estuvo alrededor de año y medio sin gobierno parlamentario (por una temática de imposibilidad de pactos también) y la explotación capitalista y los sistemas de opresión no dejaron de funcionar.
Este baile de máscaras que es el de la política de los pactos no es más que otra vuelta de tuerca con respecto a la uniformización a la que el sistema electoral somete a las individualidades. Los partidos buscan votos para legitimarse y así perpetuar un sistema que no se basa más que en el mantenimiento de las opresiones. Es éste un teatro que no considera al individuo como ser único, sino que le apela sólo en cuanto votante, número a ser cuantificado. Por tanto, ya que todos los votos son legalmente iguales sin importar quién lo realice, lo que se hace en realidad es negar esa misma individualidad. Y el teatro de pactos, con sus declaraciones grandilocuentes, no hace más que llevar esto un paso más allá, dado que son las élites de los partidos quienes eligen sobre los pactos y en base a qué modificaciones programáticas se realizarían, sin tener en cuenta los motivos que puedan haber movido a un individuo dado a votar por una u otra opción, uniformando así a dichos individuos, sin tener en cuenta su unicidad Las irregularidades y los personalismo que conllevan las “consultas” que las altas esferas de algunos partidos realizan ante su militancia no convierten el proceso en algo más democrático, ya que estas maniobras no salen de los juegos de politiqueo a los que una formación debe someterse en el momento en el que ha de buscar votos para conseguir sus objetivos.
Es éste un momento de grandes intenciones y de vender humo. En base a un simple cambio superficial, una mera aparición de caras que se pretenden nuevas en el juego institucional, se busca una justificación para acceder al poder sin aludir a un hecho básico: cómo entrar en las dinámicas institucionales es contraproducente a todo cambio sustancial que apunte a la eliminación de las dinámicas explotadoras y opresivas a que el capital y el Estado nos someten.
Desde lo que podría considerarse como el ala izquierdista de Podemos (IzAn), se suele oír un discurso que pretende, en palabras de Miguel Urbán, una práctica que conlleve tener ‘un pie en la instituciones y mil en la calle’. Esto es un sinsentido, dado que al entrar en las instituciones, aparece la obligación de rebajar el discurso, llevándolo al punto más bajo del «sentido común» que no puede pretender ir más allá de lo establecido en ningún momento (en la toma de cargo, ha de prometerse cumplir la ley, sin importar que ésta sea justa o injusta o que favorezca a quienes se lucran de la explotación ajena). Además, esto crea una suerte de «activismo» teatralizado a su vez, con dos niveles diferenciados: los burócratas y los que acatan órdenes respecto a qué acciones estén aprobadas o no por los anteriores. Los burócratas, pasando a ver la realidad desde una óptica institucional, pierden contacto con los problemas diarios de aquéllos a los que dicen representar. Esto conlleva también la problemática de que, al verse obligados a supeditar las necesidades sociales a la correlación de fuerzas y a lo que decidan las cúpulas dirigentes, muchas luchas sociales pasan a un segundo plano dentro de este teatro. Como ejemplo de esto, ya se vio a Carolina Bescansa relegar la lucha por los derechos reproductivos de las mujeres a un segundo plano, manteniendo el control del Estado sobre el cuerpo de las mujeres y, así, sobre sus vidas, negándoles toda autonomía. Esto se ve también, por ejemplo, en cómo las buenas intenciones de los ayuntamientos del cambio se han quedado en papel mojado en cuanto se han enfrentado a luchas que no convenían a su agenda política, en los actos antirracistas que se quedan en simples encuentros de personas sin contenido reivindicativo alguno, o en cómo la cuestión del feminismo y la liberación femenina queda relegada a una simple discusión sobre la capacidad de las mujeres de acceder a puestos de gestión de la explotación o se critica a según qué políticas (Rita Maestre) en cuanto mujeres, lo cual redirige el debate a una serie de cuestiones que evitan que se profundice en la crítica al sistema imperante mientras que se favorece la reproducción de las dinámicas de opresión a que éste somete a según qué colectivos.
En definitiva, el electoralismo, al basarse simplemente en que la gente deposite un papel en una urna cada 4 años, implica que quien quiera acceder al poder ha de rebajar su discurso y hacer demagogia para conseguir la mayor cantidad de apoyos. Así se ve cómo se hacen multitud de gestos de cara a la galería, simples simbolismos, cuando en cuestiones que antes defendían (o decían defender) aplican políticas anti-sociales y anti-obreras. Se ha visto que es así en multitud de caso, tanto durante otros momentos como en el actual, con SYRIZA o los diversos ayuntamientos “del cambio”. No tiene ningún sentido que Podemos, entrando en la misma dinámica, vaya a poder hacer nada diferente, ya que cuando tu nivel de actuación es lo institucional, lo que puedas o no hacer entra directamente dentro de las lógicas de dominación existentes.
No, la “democracia” institucional no ofrece nada firme ni real que ayude a la clase trabajadora a emanciparse y dejar de sufrir la explotación capitalista. Es hora de organizarse al margen del Estado y el capital para combatir el yugo al que ambas instituciones nos someten.