Se suele oír respecto a los políticos que ‘todos son iguales’. Aunque en varios niveles esto sea cierto, este argumento puede ser problemático y resultar en que el debate se enfangue. El problema no son los políticos a título particular, personalizándolos, sino la institución a la que acceden, en la que se encuentran con las manos atadas pese a la buena voluntad que puedan tener en algunos casos a la hora de entrar en el juego institucional. De ahí a a pasar a una forma de actuación pragmática que les permita mantenerse para «evitar males mayores» o para «hacer lo que puedan» hay sólo un paso. Esto lleva a incumplimientos de programa al convertirse su práctica en algo meramente político, teatral, sin buscar cambios más profundos que son necesarios. Que tengan que rebajar continuamente su discurso y sus actuaciones para que los votantes les sean fieles no ayuda, ya que como ya hemos mencionado en otro artículo (“Lo Institucional y el Baile de Máscaras de los Pactos”), los votantes dejan de ser individuos diferenciados para ser meros números sin personalidad que otorgan el acceso al poder político.
Uno de los eslóganes del 15M era “no nos representan”, y tenía un cierto potencial que no terminó de eclosionar. Durante mucho tiempo varias organizaciones partidistas pretendieron capitalizar el movimiento del 15M para fines electoralistas, ante lo que el conjunto del 15M (en su mayoría) se cerraba en banda. Sin embargo, la llegada de Podemos y más tarde de los distintos Ganemos terminó en un “éstos sí nos representan”. Esto enlaza con el “todos son iguales” debido a que al personalizar a los políticos existentes como un monolito, permite que mucha gente se pliegue ante lo novedoso y confíe en que un cambio de caras sea suficiente.
Por otro lado, el “todos son iguales” suele ir referido, en el imaginario colectivo, al hecho de que todos roban y usan su poder e influencia para sacar tajada y colocar a sus amigos. El problema con esta visión es que asume que el problema es la corrupción en el sistema, pero puede dejar a un lado la una crítica hacia el sistema per se). El problema no es tener superiores que roben, sino el hecho de tener superiores que tomen las decisiones en nuestro lugar y nos dominen; de la misma manera que el problema, por trasladarlo al mundo del trabajo, no es que los patrones sean buenos o malos, sino que es en la existencia de patrones donde radica el problema. De la misma forma, esta retórica suele ir de la mano de una crítica a la corrupción como EL problema (es el mismo tipo de crítica que hizo en su día José María Aznar antes de llegar a sus mayorías absolutas, discurso repetido ahora por C’s), mientras que aunque un gobierno llegase a no robar dinero de las arcas pública ni malversar fondos o usar enchufes, seguiría siendo un obstáculo para la emancipación y seguiría sirviendo de apoyo al mantenimiento de la sociedad dividida en clases sociales. Además, esta crítica sólo refuerza, en el imaginario colectivo, las “idílicas” sociedades nórdicas del bienestar social.
Es esta idealización del modelo nórdico de Sociedad del Bienestar es la usada en el discurso de Podemos, en un intento imposible de retorno a un estadio anterior, previo a los recortes (ver el artículo “El Imposible Retorno de la Social-Democracia”). Este discurso se basa en una falacia de base, que es la que pretende que lo público pertenece a la sociedad en su conjunto, cuando en realidad está supeditado al Estado. Así, Podemos capitaliza la preocupación de mucha gente respecto al desmantelamiento de los servicios sociales (no del Estado del bienestar, ya que no llegó a haber de eso en el Estado español de una forma significativa tras la “Transición”). Esto viene por la preocupación de la gente que necesita de esas redes para sobrevivir ya que no pueden valerse por sí mismos o por la cuestión de tratamientos caros, que con la privatización de la sanidad dejan a quienes padecen según qué condiciones en circunstancias cada vez más míseras. Se ve claramente a quién afecta esta situación en particular, siendo las clases bajas las que, como de costumbre, pagan el pato.
Así lo que encontramos es una defensa de “lo público” como algo controlado por el Estado, según el discurso de Podemos. El problema es que suele ser que debido una defensa acrítica de este sector pública por parte de amplias capas de población, Podemos pueda usar este discurso, que no busca que esto se ponga bajo el control de los trabajadores y usuarios sino que, como decimos, se lleve a cabo de forma institucional. El problema de esto, de nuevo, es la burocratización que esto conlleva, con sus consiguientes dinámicas improductivas (y contraproducentes) e intereses políticos (no tan) velados.
Este discurso, claro, obvia la cuestión de las clases sociales. En lugar de eso se colocan conceptos tan ambiguos como “ciudadanía” o “casta”. Este discurso pretende que en el momento actual, al no haber clases sociales, todos somos ya individuos formalmente iguales ante la ley. Esto lleva a un enfrentamiento falso según el cual el problema es esa «casta», ente informe y abstracto cuyo problema es simplemente hacer uso del poder que se le da sobre el resto, dejando de lado toda crítica al sistema que favorece que esas dinámicas se lleven a cabo: capital y Estado. De hecho, este discurso apunta a un fortalecimiento del Estado, que es la institución que otorga dicho estatus a la población, mientras rebaja el discurso de enfrentamiento con el capitalismo. Al final, se queda únicamente en una extensión de la creencia de que “el problema no es tener amos, sino que los amos sean malos”, ante lo que aparecen estas opciones demagógicas, populistas y fácilmente digeribles que pretenden ser eso supuestos “amos buenos”.
Este discurso ciudadanista, al favorecer el refuerzo de la creencia de que ya no hay lucha de clases, sirve efectivamente como continuación de las políticas social-demócratas que buscan la desactivación y eliminación de la clase obrera como clase capaz de organizarse para una revolución social. Además, favorece el sentimiento nacionalista de pertenencia a un Estado-nación particular, dificultando la solidaridad de clase internacional. No sólo eso, sino que al partir de una base falaz (que la igualdad jurídica formal implica auténtica igualdad social de forma mínimamente significativa), reduce las luchas contra la opresión en una parodia de sí mismas, en un simple teatro de marionetas reducido a una serie de actuaciones meramente simbólicas. Esto hace que cuando se consiguen concesiones por parte del poder, si no hay una base social organizada que lo haya conseguido, el mismo poder pueda quitarlas cuando le resulte oportuno. Esto se ha visto con los mencionados recortes sociales y las medidas de austeridad llevadas a cabo en los últimos años.
No hay que permitir que se lleve a cabo la desarticulación de la clase obrera. Hemos de buscar la creación de organizaciones fuertes que, ante a los monstruos que incesantemente han demostrado ser capital y Estado, sean capaces de hacerles frente en base a una agenda reivindicativa propia que nos haga avanzar en el camino a la emancipación. Es algo que se muestra urgente y necesario. Cada vez más.
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