Las repercusiones de la situación en Oriente Medio siguen llegando hasta las costas de Europa en forma de marea de refugiados, ya convertida en crisis por la ineptitud y la desvergüenza de políticos de todo pelaje, de todos los continentes. Por un lado, los estados locales, desde el propio gobierno de Al Assad hasta Irán o Arabia Saudí, sin olvidar a Turquía, que recorren todo el espectro de gobiernos autoritarios y que juegan su ajedrez geopolítico en la zona, con un ojo puesto siempre en perpetuar su dominio doméstico, pasando por encima de la sangre de cientos de miles de inocentes. Por otro, la intervención de las potencias mundiales, guiadas, de nuevo, por sus propios intereses de política doméstica o geopolítica estratégica, desde la intervención rusa al pánico europeo ante los miles de refugiados que huyen de la masacre. Desde luego, las responsabilidades de unos son mucho más graves que las de otros, pero entre todos han conseguido que la región se ahogue en un baño de sangre.
Como haríamos todos y todas en su situación, cientos de miles de personas huyen de la forma más precaria de sus casas y ciudades, forzadas por un conflicto generalizado y sin salida aparente o cercana. No deja de ser significativo que su huida les lleve a desembarcar en las costas griegas, en la misma cuna de Occidente y de la democracia que tanto pregonan liberales y socialdemócratas, en su particular concepción de la palabra. El vergonzoso trato que reciben ahora quienes huyen de la muerte y la masacre nos mueve, en CNT, a tomar posición una vez más frente a esta iniquidad, como ya hemos hecho en ocasiones anteriores. A quienes buscan la paz y unas condiciones de vida mínimas para sus familias se les recibe con fronteras cerradas, alambradas y concertinas (en las que nuestro propio estado tiene experiencia de sobra) y gases lacrimógenos. Estas personas se han visto confinadas en campos de internamiento, con condiciones de vida infrahumanas y para remate, la UE ha concluido hace unas semanas un acuerdo de expulsión con Turquía, país encerrado en su propia espiral autoritaria, escenario de una guerra civil soterrada y aliado implícito del DAESH (Estado Islámico). Los políticos de la UE parecen confiar en que este perfecto ejemplo de desprecio a los derechos humanos les ayude a limpiar sus credenciales democráticas. No cabe duda de que esta solución que se ha pergeñado es una costosa huida hacia adelante.
Desde luego, este acuerdo con Turquía para devolver a los refugiados llegados por mar, y en general la gestión que se ha realizado del asunto, le ha granjeado duras críticas a la UE. Sin embargo, muchas de estas denuncias no dejan de estar ancladas en una especie de idealización de lo que es, o dicen que debería ser, Europa. De este modo, se suele partir de un discurso generalista de la defensa de los derechos humanos y de unos supuestos valores europeos que, al margen del centralismo cultural que implican, buscan principalmente sonar bien al oído del “sentido común” ciudadanista. Pero en realidad, la crisis en sí es mucho más profunda y afecta al propio discurso heredado de la ilustración y que se encuentra en el mismísimo corazón de Occidente y su defensa de una supuesta democracia. Por eso las declaraciones que hablan de derechos humanos fracasan ante la enormidad de la tragedia, que tiene ya dimensiones continentales y casi planetarias. Así, los mismos gobiernos e instituciones que firmaron tantísimas declaraciones, en un momento en el que eran algo abstracto, las convierten en papel mojado a la hora de ofrecer soluciones a problemas concretos como éste.
Más bien, lo que predomina en este caso y lo que la situación actual pone de relieve, es la capacidad de las clases dominantes de todo el globo para aliarse entre sí con tal de aferrarse al poder y defender sus privilegios, por encima de la sangre y la vida de los desposeídos, que somos el resto, en mayor o menor grado. Una vez tras otra, las promesas de liberación que el discurso occidental, sea en su versión liberal o socialista-marxista, ha hecho a la población del mundo árabe, han fracasado frente a la aquiescencia y la tolerancia que han mostrado los países desarrollados hacia dictadores y regímenes autoritarios de todo pelo, sean de inspiración marxista, nacionalista, islamista o cualquier otra. Los intereses de las élites mundiales han primado siempre por encima de los anhelos de justicia y libertad de las poblaciones sometida. El caso actual es más grave aún si cabe, porque a lomos del auge nacionalista y xenófobo europeo, son los propios desposeídos foráneos los que a menudo exigen a sus dirigentes la aplicación de medidas cada vez más restrictivas. Muchos políticos, con un ojo puesto en las encuestas de opinión, no dudan en subirse al carro del discurso xenófobo y racista. La combinación de todos estos factores revela como inútil e ineficaz, carente de sustancia, cualquier discurso que pretenda servirse de los clichés ciudadanistas de derechos humanos y democracia.
Desde luego, esto no es nuevo. Ya habíamos visto cosas parecidas con las vallas de Melilla, por ejemplo, aunque ahora la situación de guerra generalizada en Oriente Medio da una nueva dimensión, cuantitativa y cualitativa a la situación. En otro orden de cosas, los rescates recientes a banqueros y grandes empresas y la clara vulneración de los intereses de aquellos a quienes los gobernantes pretenden representar, no deja de ser otra instancia de defensa de los privilegiados. En la práctica, esta alianza de los poderosos significa autoritarismo hacia adentro y racismo hacia afuera. Sólo de este modo se puede entender que el Estado Turco sea el perro guardián de Europa, a pesar de la clara contradicción que esto supone al discurso europeísta y que es evidente a todo el mundo.
En CNT tenemos un marcado carácter internacionalista. A partir de los acuerdos que hemos tomado recientemente en nuestro XI Congreso, sentimos la necesidad de denunciar el trato inhumano y vejatorio al que se somete a las personas refugiadas. Sean aquellos que renuncian a la guerra y escapan para no verse obligados a participar en la locura, al ser llamados a filas o requeridos por alguna milicia local, hasta los miles de familias trabajadoras, como podemos ser cualquiera, que huyen de la barbarie que asola sus hogares, buscando una situación de refugio político. De nuevo, las esperanzas de los desposeídos del mundo árabe, y del mundo entero en realidad, se estrellan contra la dialéctica de las vallas y las concertinas, de los campos de internamiento, que refutan las promesas de libertad y derechos que mantiene el discurso oficial occidental. Las vías institucionales, presas de un discurso ciudadanista que no puede incorporar la solidaridad de clase, han vuelto a demostrar su incapacidad. Frente a esto, sólo nos queda reiterar las llamadas a la unión internacionalista de la clase obrera para poder hacer frente a la opresión a la que nos someten los Estados a nivel nacional y las instituciones y superestructuras militares y político-económicas a nivel internacional, a cada cual en su ámbito. Se hace necesaria una unión internacionalista fuerte y organizada, seria en sus planteamientos, prácticas y luchas, que sirva para empoderar a las capas sociales más desfavorecidas de todo el globo. En el caso concreto de los refugiados, vemos la necesidad de fomentar redes de apoyo y solidaridad desde fuera de las vías institucionales, tanto a nivel local en la medida de lo posible, como a nivel internacional, buscando apoyar como organización a aquellas iniciativas afines sobre el terreno, que estén en situación de prestar ayuda directa a quienes sufren las consecuencias de esta barbarie. Por todo ello,
Solidaridad con las personas refugiadas. ¡Qué abran las fronteras a los refugiados! ¡La lucha es el único camino! ¡Viva la lucha de la clase obrera internacional!